Capitulo 1
Otoño de 1966, un año como cualquier otro en la ciudad de Santander. Por aquellos
entonces Mar de Castilla. Santander, junto con las provincias de Burgos,
Logroño, Soria, Segovia, Valladolid y Palencia formaban la región de Castilla
la Vieja. No fue hasta 1982 cuando Santander se convirtió en la capital de la
región uniprovincial de Cantabria. En aquel tiempo no había democracia en España,
sino que había una dictadura con Francisco Franco al frente.
La ciudad tenía un bonito puerto ideal para deportes náuticos como la vela o incluso la natación. Miguel era un deportista nato y todo el mundo lo conocía por su gran afición a la vela. Así que allí estaba Miguel González Ruiz, un hombre alto y delgado, aunque un poco encorvado que tenía el pelo corto y rizoso. Entre sus canas se podía detectar el color moreno que antaño lucía. En su tez blanca y un poco arrugada se notaba confianza y a la vez nerviosismo. Sus ojos pequeños y de color azul brillante miraban inquietos a su público. Se encontraba en la bahía de Santander, en la zona del Museo Marítimo. Cualquiera que pasase por allí y se uniese al grupo de admiradores podría intuir lo que estaba dispuesto a hacer, dado que vestía con un traje de baño. Miguel estaba esperando a su mujer, Amparo. Le había dicho que llegaría después de hacer unos recados. En esa época no existía el móvil así que solo le quedaba esperar y confiar en que apareciese antes de la hora. Había muchos pescadores en la zona, de cháchara los unos con los otros. No había mucha pesca, pero se estaba a gusto a la orilla de la bahía. Era una tarde de principios de otoño, pero parecía más bien verano por la temperatura y el paseo estaba abarrotado de gente.
La ciudad tenía un bonito puerto ideal para deportes náuticos como la vela o incluso la natación. Miguel era un deportista nato y todo el mundo lo conocía por su gran afición a la vela. Así que allí estaba Miguel González Ruiz, un hombre alto y delgado, aunque un poco encorvado que tenía el pelo corto y rizoso. Entre sus canas se podía detectar el color moreno que antaño lucía. En su tez blanca y un poco arrugada se notaba confianza y a la vez nerviosismo. Sus ojos pequeños y de color azul brillante miraban inquietos a su público. Se encontraba en la bahía de Santander, en la zona del Museo Marítimo. Cualquiera que pasase por allí y se uniese al grupo de admiradores podría intuir lo que estaba dispuesto a hacer, dado que vestía con un traje de baño. Miguel estaba esperando a su mujer, Amparo. Le había dicho que llegaría después de hacer unos recados. En esa época no existía el móvil así que solo le quedaba esperar y confiar en que apareciese antes de la hora. Había muchos pescadores en la zona, de cháchara los unos con los otros. No había mucha pesca, pero se estaba a gusto a la orilla de la bahía. Era una tarde de principios de otoño, pero parecía más bien verano por la temperatura y el paseo estaba abarrotado de gente.
Desvió
un poco la mirada y se encontró con el resto de su familia. Habían ido todos y
le animaban gritando su nombre y dando palmas con entusiasmo. De repente, se
tranquilizó. Pudo ver que entre ellos estaba su madre Manuela que como siempre,
vestía de negro y llevaba unos tacones impresionantes para disimular su baja
estatura. Miguel tenía
guardada la imagen de su madre de cuando él era pequeño, una mujer delgada y
tez morena con una preciosa melena azabache. Sin embargo, Manuela estaba
sentada ahora en un banco del paseo y se la veía mayor agarrada siempre a su
cachaba.
También habían ido sus cuatro hijos con sus
familias. Qué orgulloso se sentía de tener esa familia. La presencia de sus
hijos le daba una fuerza que no sabía de dónde le llegaba. Los adoraba a los
cuatro y no había nada que le hiciese tan feliz como verlos juntos. El pequeño
Mundi estaba con su mujer y Mundito, el recién nacido de la familia.
Aún no tenía un año, pero ya encandilaba a toda la familia con sus sonrisas. Su
hija Chus estaba junto a su hermano y le dedicó una sonrisa en la que se
adivinaba todo el cariño que sentía por su padre. Los otros dos hijos, Amparo y
Milo, habían ido con toda la recría. Los dos tenían familias muy numerosas. Milo
tenía ocho hijos y Amparo tenía nueve hijos y ya estaba embarazada del décimo.
Reunirlos a todos era la mayor alegría que le podían dar a su abuelo. Ver jugar
y corretear a todos los primos y oír sus carcajadas llenaba su espíritu de
alegría. Por un instante, le vino a la cabeza su padre. ¡Qué orgulloso hubiese
estado él también al verlos todos juntos! Ya hacía dos años que había fallecido
de Alzheimer, pero no pasaba un día en que no se acordase de él. Le hubiese
encantado que estuviese allí para verlo.
Cuatro
en punto de la tarde. Miguel volvió a la realidad; Amparo, su mujer seguía sin
llegar. Cada vez había más gente y él no podía evitar los nervios. No paraba de
mirar el reloj. La gente que iba y venía por el paseo se acercaba a curiosear
al verlos a todos allí reunidos. No iba a ser capaz de saltar al agua hasta no
tener cerca a su mujer que le infundiese la suficiente confianza para superar
el reto. Ella le había dicho que llegaría a la hora, pero algo debía haber sucedido
para que se estuviese retrasando tanto. Se estaba
quedando
frio y se echó una camiseta por encima. La gente que pasaba por allí paraba a
curiosear al ver que había jaleo en la zona y preguntaba si pasaba algo.
Llevaba
mucho tiempo esperando ese momento y le asustaba la posibilidad de que se
acercase por allí la policía y no le dejasen seguir adelante con su hazaña. Tenía
la idea desde hacía tiempo en su cabeza y no quería demorarse más en llevarla a
cabo. De hecho, el año anterior también se había estado preparando. Iba todos
los días por la tarde, al salir del trabajo de su tienda de Torrelavega, a
entrenar en la playa de los Locos de Suances. Toda la tarde estaba deseando que
llegase la hora de cerrar la tienda para poder salir corriendo
a la playa. Nadaba todas las tardes unas dos horas cuando ya no quedaba
prácticamente nadie, solo las parejas que iban a dar un paseo por la orilla de
la playa.
No
todos los días se quedaba contento con el entrenamiento, siempre se acordaba
del susto que se llevó un día que el mar estaba revuelto y había resaca; se
despistó y la corriente lo llevó. Aunque conocía la playa y las corrientes de
la zona se vio arrastrado por las olas y no tenía fuerza para salir. Así que decidió
dejarse arrastrar mar adentro. Por suerte los chavales de la Cruz Roja aún
estaban ese día en la playa y fueron en su ayuda a socorrerlo. Había sido una
temeridad entrar ese día al agua y sabía que había puesto en riesgo su vida y
la de aquellos pobres chicos que le ayudaron a salir. Pero el susto que se
llevó le hizo pensar que a lo mejor no estaba preparado para poder cruzar la
bahía de Santander a nado. Además, cuando llegó a casa y se lo contó a su
mujer, ésta se asustó y se enfadó mucho porque siempre le estaba advirtiendo
del riesgo que corría. Llevaba ya varios años planeándolo y pensando cuál sería
el mejor momento para cruzar la bahía. Había esperado hasta el otoño, cuando las
mareas son más vivas y el agua está más baja que el resto del año. Ese día era
fiesta y no estaba prevista la entrada de ningún barco grande por la canal de
la bahía. Era un día tranquilo y tampoco había muchas
embarcaciones pequeñas, ya había pasado el verano y la gente no cruzaba a estas
alturas del año a la playa del puntal. Era el día ideal para lanzarse al agua y
atravesar la bahía a nado.
Por
fin a las cinco en punto pudo ver a lo lejos entre la multitud que aparecía
Amparo corriendo como una loca y entera sofocada. Se le notaba en la cara la
preocupación por lo que iba a hacer su marido y a la vez la ilusión que le hacia el que lo llegase a conseguir. La presencia de su mujer le tranquilizó.
Amparo era una mujer decidida y enérgica que, aunque no estaba muy de acuerdo
con las locas ideas que se le ocurrían a su
marido, como había sido aquella, al final tenía que ceder y apoyarle, porque
sabía que era lo que Miguel necesitaba para retarse a sí mismo y seguir
teniendo ese carácter animoso y alegre que le caracterizaba. Miguel ya sabía
que podía seguir adelante; confiaba en que su mujer lo apoyase a pesar del
riesgo que suponía a su edad tirarse ese día a la bahía. Ya estaba todo lo que
necesitaba, hizo unos ejercicios de calentamiento. A sus 65 años, aunque estaba
en buena forma, sus músculos ya no eran los mismos que cuando era un chaval. Ahora
no se podía echar atrás y esperaba que su cuerpo lo acompañase ese día. Sin más
demora se zambulló en el agua y comenzó a nadar. El agua tenía buena
temperatura y su cuerpo no tardó en acostumbrarse.
Cuando
había nadado unos doscientos metros, no estaba muy cansado e iba a buen ritmo.
Estaba decidido a conseguirlo, pero también estaba nervioso y un poco ansioso
por llegar a la otra orilla. Tenía que controlarse para poder llegar al final.
Aún no había alcanzado la canal, la zona más profunda y peligrosa de la bahía, donde sabía que iba a tener que nadar más fuerte para poder salir de la
corriente y que no lo arrastrase. Se sentía seguro porque sabía que su vida no
corría peligro, ya que llevaba un barco de apoyo con parte de su familia a bordo
por si le fallaban las fuerzas. Pero era una
cuestión
de orgullo conseguir su objetivo. Paró un momento para mirar por dónde iba. Aún
le faltaba la mitad, ya estaba convencido de que lo iba a conseguir. Había
pasado lo más difícil y ahora era solo nadar recto. El mar estaba tranquilo y
no había mucho oleaje. Continuó nadando.
Los últimos diez minutos estaba agotado y notaba cómo los músculos de su cuerpo se
quejaban del esfuerzo. Pero la que mandaba era su cabeza. Siguió nadando
absorto en sus pensamientos sin darse cuenta siquiera que ya podría hacer pie.
De repente, el dedo corazón de su mano derecha rozó la arena y Miguel volvió en sí.
Su estómago se revolvió
al soportar todas aquellas emociones. Estaba
feliz y orgulloso de lo que había hecho. Sonrió al ver a su familia que le
saludaban desde el barco. Sus nietos mayores se lanzaron al agua para ir hacia
él. De repente se olvidó del cansancio y fue corriendo a abrazar a su familia.
Por
supuesto que ahora tocaba celebrarlo todos juntos. Ya se había encargado él de
reservar la comida en La Trainera de Somo para juntar a todos y disfrutar de su
compañía. Si él supiera la huella que dejó en todos y que aún le recordamos a
pesar de que muchos ni siquiera le conociesen...
Muy buen texto, sobre todo el final.
ResponderEliminarEL HOMBRE MORADO.
Magnifico, perfectamente hilado, me encantado.
ResponderEliminar(sobre todo la parte del final) XD
cuaderno digital de chema
ResponderEliminarPerfectamente escrito e hilado. Me ha encantado. Espero que el segundo capítulo me guste igual o más que este. Buen trabajo.
ResponderEliminarUn capítulo genial de principio a fin. Seguiré la historia.
ResponderEliminarLa historia está genial, me ha encantado y estoy deseando leer el siguiente capítulo.
ResponderEliminarEsta genial,muy bien hilado y una historia muy bien narrada.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, sobre todo me ha encantado la parte del final. Creo que lo has narrado muy bien. Ya estoy deseando leer el segundo capítulo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia , tiene todo los detalles , ni mucho ni poco .
ResponderEliminarY como los demas también me ha gustado mucho el final de este capítulo .
Me ha gustado cómo has empezado describiendo al personaje con los rasgos de nerviosismo antes de contar lo que iba a hacer. También me ha parecido muy original que empieces por esta parte de la historia.
ResponderEliminarMe ha encantado la parte final, está muy bien redactada. Enhorabuena.
ResponderEliminarEsta muy bien narrado, lo que sentía él, lo que sentían sus familiares, etc. Me encanta la parte final, cuando describes todos los sentimientos que se le pasaron por la cabeza al rozar la arena.
ResponderEliminarme encanta como profundizas en sus sentimientos, la verdad es que no tengo ninguna pega.
ResponderEliminarEl final definitivamente a sido mi parte favorita.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe encanta como describes los rasgos mentales del protagonista y sin pensármelo dos veces me quedo con el final. Es una narración muy buena
ResponderEliminarLo mejor la parte del final pero en general esta perfecta.
ResponderEliminarMe encanta el texto en general, está muy bien escrito y redactado. Espero poder leer el próximo capítulo pronto
ResponderEliminar:0 me encanta :00000 sobre todo usas una gran riqueza de vocabulario ¡tienes futuro en esto!
ResponderEliminarmuy buena historia, una gran riqueza de vocabulario y un final fantástico. Si te tuviese que decir algo te diría que hagas los párrafos más cortos
ResponderEliminarperfectamente hilado y con vocabulario ancho, ¡sigue así!
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