CAPITULO 3 INFANCIA
CAPÍTULO 3:
INFANCIA
La
infancia de Miguel no fue muy sencilla, aunque en esa época ninguna lo era. Los
niños de la época, no se consideraba que tuviesen los mismos derechos que
tenemos actualmente, y lo normal es que empezasen a trabajar para ayudar a sus
familias antes de que tuviesen diez años. Así que Migue, como le llamaba todo
el mundo, tuvo que trabajar desde pequeño. A diferencia de otros niños que
trabajaban de limpiabotas o en la lonja del pescado, él tenía una situación más
cómoda porque despachar en la tienda, descargar la mercancía, ordenar las
estanterías, y tratar con los clientes cuando le dejaban, era un trabajo
privilegiado en esos años. Él y sus dos hermanos pasaban el tiempo entre el
colegio y la tienda de sus padres. El aprender a tratar con los clientes fue
para ellos su primera lección y sabían que para poder vivir y salir adelante
tenían que vender cuanto más género mejor.
La
profesión de comerciante era innata en él desde sus primeros años de vida. Era
dicharachero y disfrutaba de las historias que le contaba todo el mundo que
pasaba por la tienda. Y lo que más le gustaba eran las propinas que recibían
los fines de semana por el trabajo realizado. No era mucho dinero pero lo
suficiente para poder comprarse unos TBOs y unas golosinas.
Cuando
le preguntaban a Migue que quería ser de mayor no se le ocurría que pudiera ser
astronauta, médico, ingeniero… dadas sus circunstancias, él no podía elegir y a
sus padres tampoco es que les importase demasiado. Tanto él como sus hermanos
sabían que tenían que trabajar y su sueño era tener una tienda de renombre en
Santander que vendiese mucho.
Desde
los cuatro años fue al colegio La Salle de Santander. Tenía que ir andando al
cole todos los días y siempre contaba que en invierno salía de casa con unas
botas muy grandes porque llovía mucho y hacía mucho frio. Y a la vuelta a casa
le encantaba ir metiendo los pies en todos los charcos. Como a todos los niños
del mundo al llegar a casa se llevaba una buena bronca de su madre por llegar
entero calado.
Lo
que no le gustaba tanto eran los curas. Ni los “reglazos” que debía recibir
cuando le castigaban, cosa que debía suceder de vez en cuando.
Con
los años, Migue se convirtió en un niño pícaro y travieso, en el cole no se
puede decir que fuese un niño ejemplar. La tienda se había convertido en su
mayor pasatiempo donde era más libre que en el colegio y se olvidó de que el
colegio también era importante. Prefería quedarse en la tienda que ir al cole y
ponía cualquier excusa para no ir a clase. El cura habló con su madre muy
preocupado por la actitud y la falta de interés en los estudios que tenía
Migue. Y le hizo ver a Manuela que para poder tener una mejor tienda era
también importante que Migue fuese al colegio y aprendiera otras muchas cosas
que no se aprenden en la calle.
Manuela
y su padre Mundi discutieron bastante sobre el tema. Para Mundi era más
importante tener a su hijo ayudándole en el trabajo que fuese a la escuela. Y
no entendía al maestro cuando decía que había cosas más importantes que
aprender. Para él y su mujer todo había sido esfuerzo y trabajo y lo único que
veía es que el colegio quitaba horas para hacer todo lo que había que hacer en
la tienda. De hecho, no reprendía a Migue por su poco interés en las tareas del
colegio. Sin embargo, Manuela sí que se daba cuenta que yendo a la escuela se
podía mejorar. De hecho, era fácil para ella distinguir entre sus clientes
quienes tenían una mayor formación académica y se daba cuenta que su trato era
más afable y sus preocupaciones diferentes. Por este motivo durante una
temporada estuvo informándose cuales podían ser las posibilidades para
conseguir enderezar a su hijo.
Tras
hablar con unos y con otros se enteró de que el colegio La Salle tenía un
internado en Burdeos, en Francia. Lo más difícil fue convencer a su marido y
hacerle ver que para que Migue tuviese un buen futuro era necesario sacarle de
la tienda, que era lo que ocupaba prácticamente todo su tiempo. Por supuesto
que Mundi no lo entendía pero sabía que su mujer tenía ya una idea en la cabeza
e iba a seguir adelante con ella. Así que aunque no estaba de acuerdo le dejo
hacer a ella.
Manuela
fue a hablar con el maestro y llegaron a un acuerdo para que Migue pudiera irse
al internado de Burdeos a continuar sus estudios. En el internado Migue tenía
que vivir allí todo el día, dormía en el colegio, iba a clase y desayunaba,
comía y cenaba en el colegio. De este modo no iba a poder perder tiempo en la
tienda y sin su máxima distracción era lógico pensar que Migue se iba a centrar
más en los estudios.
Con
doce años Migue se tuvo que ir para Francia en contra de su voluntad. Llegar a
un país extranjero en el que los niños no hablan tu idioma y en donde te
sientes como un extraño fue muy duro para él. Además estaba lejos de su familia
y no podía ver a sus padres ni hermanos. Solo podía volver a casa para Navidad
y durante el verano. Y eso si conseguía aprobar todas las asignaturas.
Esta
fue una época muy dura para él. Le costó mucho hacer amigos porque no podía
comunicarse con ellos y al principio le hacían trastadas por ser el “nuevo” y
encima extranjero. Poco a poco fue congeniando con algunos de los niños, el
hecho de vivir juntos todo el año le hizo establecer amistad con muchos de
ellos. De hecho siguió manteniendo la relación con ellos cuando era mayor y
alguno venía a visitarle durante los veranos. Sus amigos contaban de él que era
un auténtico trasto y que siempre se las ingeniaba para liar alguna en clase y
que los curas le castigasen.
Un
día al poco de llegar al internado cuando Migue no se había adaptado ni a los
horarios ni a tener que acudir a todas las clases todos los días ni a no poder
salir a ningún sitio fuera del colegio, decidió escaparse.
Se
había dado cuenta que por la mañana cuando llegaban al colegio los niños que no
estaban internos, o sea, que no se quedaban a dormir en el cole, las puertas
del jardín estaban abiertas para que los niños pudieran entrar. Y permanecían
abiertas durante un rato hasta que todos los niños incluso los que llegaban
tarde pudieran entrar. Así que decidió que cuando se levantase al día siguiente
después de desayunar en lugar de ir para clase iba a esconderse en el jardín, y
una vez que todos los niños hubieran entrado saldría por la puerta sin
problema. No le parecía difícil llevar a cabo su plan, de hecho, estaba feliz
pensando en que iba a poder salir de allí y en poco tiempo volver a estar en su
casa con su familia que era lo que él quería.
Llegada
la mañana y después de desayunar salió al jardín en sentido contrario a todos
los niños que entraban en ese momento. Iba pegado a la pared procurando pasar
desapercibido. Llego al jardín donde se escondió en un arbusto cerca de la
puerta de la entrada. Allí estuvo un buen rato hasta que todos los niños
entraron a sus clases. Y cuando vio que no había peligro y estaba todo
despejado aprovecho para largarse por la puerta.
Una
vez que estuvo fuera el problema era como llegar a su casa. No tenía dinero ni
comida ni ropa de abrigo pero bueno después de todo no consideraba importante
nada de eso. Tenía que conseguir llegar a la estación para coger el tren así
que siguió el camino y cuando llevaba un rato andando un campesino de la zona
con un carro que pasaba por allí de camino al pueblo le preguntó que si andaba
perdido. Él le dijo que no estaba perdido y que se dirigía a la estación del
tren. Así que, el señor al ver a un chaval joven le ofreció acercarle al
pueblo. Migue consideró que era un golpe de suerte y se subió al carro. Fueron
hablando por el camino y Migue le conto que quería volver a su casa a Santander.
El señor era un agricultor de la zona que les vendía la harina a los curas y
enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Así que sin contradecir a Migue le
llevó en el carro y al llegar al pueblo se acercó a la iglesia donde el cura al
ver a Migue con el uniforme del colegio le pregunto qué hacía por allí a esas
horas y por qué no estaba en clase. Migue al verse pillado no tuvo más remedio
que contar la verdad al cura que inmediatamente le devolvió al colegio.
Este
tipo de travesuras solo le sirvieron a Migue para que los curas le cogerían
“manía” y prácticamente todos los días
tenía que quedarse al final de la clase castigado.
Migue
tuvo que estar en este colegio hasta los 14 años. A pesar de que sus notas no
eran malas nunca consiguió llevarse bien con los curas. Y lo que está claro es
que su sueño siempre siguió siendo tener una tienda como tenían sus padres.
Muy interesante, como los anteriores aunque a veces repites demasiadas veces alguna palabra. Sigue así!
ResponderEliminarme ha gustado mucho, no tengo ninguna pega. esperare impaciente a los próximos capítulos
ResponderEliminarMe ha gustado mucho y me he metido en las historia desde el principio
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